sábado, 29 de noviembre de 2014

MUDANZA

    Fue la última vez que le vi, la mañana de año nuevo, dedicándome esa mirada triste que regalaba a los días de lluvia tras el ventanal de la terraza, cuando soñaba excursiones con ella al calor del sol del atardecer.
  Luna vivía en la casa de al lado. Se conocían desde pequeños cuando jugaban a esconderse tras los cortinones del salón soportando las regañinas de la abuela que no quería verles por allí, pero a ellos les gustaba aquella estancia de la vivienda. Se tumbaban en la alfombra, al lado de la chimenea contándose historias, hasta que el fuego se apagaba. Entonces Luna regresaba a su casa y él se acercaba al ventanal con la mirada de los días de lluvia, esperando la tarde siguiente. Cambiaron la alfombra de hojas secas por la de margaritas, miraron diez calendarios… Cada vez pasaban más tiempo al lado de la chimenea, hasta que la familia de Luna decidió mudarse y por más que plegaban la página del atlas para acercar las dos ciudades seguía separándoles ese océano de nombre tan largo.
   Luna se marchó, la ciudad lloró su ausencia un largo mes de noviembre y la abuela, conmovida por la tristeza de Telmo,  le regaló los cortinones para que jugara con ellos, pero él se enroscaba en la tela  cuando se apagaba el fuego de la chimenea y permanecía tumbado. Me llamaron para que mitigara los dolores de su enfermedad, le costaba ya moverse, pero no pude hacer nada, ese gato estaba herido de amor y en mi maletín no había cura para esa dolencia.
    Fue la última vez que le vi, tumbado en aquel salón, el atlas a su lado, una mañana de año nuevo.

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