lunes, 24 de noviembre de 2014

1929

Comprendió que no le quedaba nada por perder. Sintió contra la puerta el enésimo golpeteo, cada vez menos prudente, más acorde con la impaciencia desaliñada de los accionistas. Se miró al espejo, impecable como el capitán de un barco que se hunde. De la chaqueta de tweed asomaba ya el primer hilo en bancarrota. Tiró distraído. El susurro suave de la lana contrastó con el golpeteo premuroso contra la puerta. La calidez del regazo de su madre contra el frío implacable de fuera. Tiró y tiró. Tras la chaqueta, se empezó a deshilachar la camisa. Tironeó nervioso. No podía salir así, pero ya no había marcha atrás. Los golpes le apremiaban. Detrás de la camisa fue la corbata, el cuello, el pecho, los brazos tirando de su propio hilo, deshaciéndose a toda velocidad. Por fin, sus últimos índice y pulgar cayeron al suelo con un suspiro de nylon desplomado.

Fuera, los golpes, ciegos de premura, retrataban la angustia de toda una ciudad.



María Aparicio

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