Santiago
Olivares se había levantado contento aquella mañana, por fin podría demostrar su habilidad. Tras haber
acabado brillantemente sus estudios en la Facultad de Medicina - donde le
habían apodado Slowhand por su extraordinaria habilidad con el bisturí
y por la precisión milimétrica con la que realizaba las suturas˗ iba a realizar
su primera intervención sobre un paciente vivo.
El famoso
cirujano Alonso Gálvez le había marcado
con claridad el lugar y la longitud de la incisión y Santiago empuñó el
bisturí con firmeza, pero nada más
comenzar a aplicarlo sobre la zona marcada
vio manar del corte una sustancia roja y viscosa y todo empezó a darle
vueltas. Tuvo el tiempo justo para soltar el bisturí antes de desplomarse
mientras recordaba la frase final de la película de Billy Wilder: «Nadie es
perfecto».
Benigno Montenegro