Esta mañana he recibido una extraña llamada. Me despertó el
timbre del teléfono fijo que lleva un año desconectado. Una voz dulce y
acariciadora me citó de nuevo a las 8 de la tarde para poder hablar con calma.
Aquí estoy, esperando al lado del aparato que luce brillante en la mesilla de
mi habitación de nuevo. Dudé si darlo de alta de nuevo, pero decidí no alterar
ningún elemento por si al hacerlo no se repetía la llamada. Sonó el timbre a
las 8, puntual y me abalanzo sobre el auricular. Ella está al otro lado.
-¿Quién eres? –le pregunto con la ansiedad de la espera.
Una de las portadoras de las palabras que nunca se dijeron.
Las recogemos en las líneas de teléfono dadas de baja y las devolvemos a los
que las deben poseer. En tu caso he encontrado unas palabras de Sandra.
¿Quieres oírlas?
Desmoronado en el sillón más que sentado asiento y mi voz
temblorosa dice si débilmente.
Ella comienza a hablar con la dicción y pausas de Sandra:
-Aunque me engañaras me quedaría contigo si volvieses a cantarme al oído para
despedirme y me hablases en vez de escudarte tras la televisión cuando nos
sentamos a la mesa. Te daré una última oportunidad, si hoy decides hablarme en
la cena no me iré de casa.
Recordé entonces la última noche que Sandra estuvo en casa,
sentía sus ojos clavados en mi mientras yo zapeaba con desgana, hasta que ella
se levantó de la mesa, no terminó la cena y susurró “hasta mañana”. Su armario
y la estantería de libros y discos del salón estaban vacíos la mañana
siguiente. Esperé durante días su llamada, y decidí ante su silencio
desconectar el teléfono para no sentir el dolor de su ausencia cada vez que
sonaba el timbre y no era ella.
Recuerdo que la voz de la portadora de palabras está al otro
lado. Es la que me puede ayudar, le grito desesperado.
-Localiza a Sandra y dile Lo siento, amor y cántale “Todo empieza y todo acaba en ti”.
Esas palabras que nunca le dije y ella tantos días esperó.
Colgué el auricular tarareando la canción, no debía
olvidárseme ni una estrofa cuando la volviese a ver, moví mi ropa para dejarle
de nuevo espacio en el armario y limpié el polvo de la estantería vacía que
esperaba esos libros que tanta vida le dieron.