Parecía no reconocerme,
así que todo iba bien. Me había llevado mucho tiempo mi cambio de aspecto. Había probado varias pelucas, lentillas, sombras de ojos y maquillajes hasta conseguir lo que quería. Me había depilado concienzudamente y puesto unas escandalosas uñas de porcelana. Finalmente, unas prótesis convenientemente colocadas completaron el resultado.
Tuve que volver a
amenazar con la pistola a José María, el cajero, y gritarle de nuevo que
pusiera toda la pasta en la bolsa para que dejara de mirarme el
prominente pecho. Me giré hacia la cámara de seguridad y le hice un guiño.
Cuando la policía examine las grabaciones no encontrará al joven moreno que
soy, sino a la exuberante rubia en que
me he transformado.
Benigno Montenegro
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