Fue la última vez que le vi. Estábamos en su despacho de la
Secretaría Local del partido, adonde había ido a pedirle una carta de
presentación para adjuntar a mi solicitud de ingreso en la Academia de Policía.
Me respondió con un encendido discurso sobre la honestidad y la igualdad de
oportunidades, pero sin carta. Nos despedimos con un abrazo y la promesa de
vernos un día para cenar.
Nuestras
vidas siguieron caminos diferentes, yo promocionando en mi carrera en la Policía
Judicial y él ascendiendo en el seno del partido y ocupando cargos relevantes
en el gobierno. Ahora estamos uno frente al otro en su lujoso despacho del
Barrio de Salamanca. Por un momento me pareció advertir una chispa de la antigua
amistad en su astuta mirada antes de ofrecerme las muñecas para que le
colocase las esposas.
Benigno Montenegro