El olor a café le inspiraba, solía contestarle. Ese aroma siempre presente en el lugar. Ella nunca
insistió. Le extrañaba, sin embargo, que sólo bebiese té. Le gustaba observarlo
mientras escribía en un viejo cuaderno.
Alguna vez sus miradas se cruzaban por un instante pero enseguida ambos giraban
la cabeza con timidez.
Le echaba mucho de menos. La cafetería había cerrado hace ya
dos meses y ella había encontrado trabajo como dependienta en una librería
cercana. Pero ¿y él? ¿Quién le serviría ahora su taza de té?
Casi se le paró el corazón al verlo entrar por la puerta
esta mañana. Se sentó en una esquina del local y sacó su viejo cuaderno.
"Aquí el olor es muy distinto" dijo ella.
"Ya, contestó él, en realidad nunca me ha gustado el
olor a café".
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